03 febrero 2016

LA REGLA, REVISITADA

(En 2004, publiqué este texto en el Nº 31 de Mondo Brutto, el Especial Punk. Todos nos comprometimos a escribir artículos de no más de tres páginas para seguir el espíritu. Este es uno de mis favoritos, y veo que, 12 años después, ya se ha como normalizado hablar de este tema en revistas de tendencias para la juventud).

SANGRE Y ÓVULOS. LA REGLA, REVISITADA.
                                                                 
                                                                 

   Los aficionados a la cultura popular coinciden en ser Grandes Maestros de temáticas adolescentes. La disciplina (¿) que estudia y disecciona los humores, secreciones y excrecencias del cuerpo humano es una de las más celebradas por la mayoría de estas personas, por lo del retardo emocional y la incapacidad de superar la fase anal de conducta. Internet tampoco ha ayudado a mejorar esta deficiencia. Se pueden visitar millones de sitios, desde Carolina del Norte al cinturón de Parla, repletos de bromas, películas, poemas, tebeos sobre el moco, el grano, el esperma, el cerumen, la caca, el sudor… y cosas mucho más raras. Pero hay un fluido que, pese a tener todos los ingredientes para ser el más popular por su belleza plástica y el más chistoso, al estar íntimamente unido con las funciones reproductoras, apenas sale en ningún sitio y cuando lo hace, es como asunto de enfermos. Sí, la sangre mezclada con los restos de la ovulación, fuera del contexto de los efectos especiales y las películas de vampiros, increíblemente no es plato de gusto para el aficionado estándar. Se recomienda la visita al Museo de la Menstruación, portal dedicado a todo lo relacionado con el fenómeno, desde una óptica masculina ciertamente tensa y sudorosa (www.mum.org). También hay páginas porno donde se pueden admirar pics de señoritas insertándose tampones en posturas lascivas, y algunos lugares donde se venera, desde un pornogótico semifino, las maravillas de los apósitos y compresas ensangrentadas, pero casi parece algo de fetichismo extremo, más para personas de gustos extraños (“Mmmmm, me gusta el `ketchup´ con las patatas fritas”), que para el consumidor habitual de estos productos.
   El menstruo es el gran desconocido, el fluido más injustamente tratado, relegado a la clandestinidad por los mismos que se mueren de risa con los chistes escatológicos de “South Park”. Este desprecio de la menstruación lo convierte en el fenómeno corporal humano más underground, si exceptuamos, claro está, enfermedades como el cáncer y el SIDA, y las campañas publicitarias empeñadas en convertirlo en lo que no es ni puede ser, porque además es imposible. La regla es un proceso de eliminación de residuos, pero más asqueroso y desagradable a los ojos masculinos que la más horrenda de las deposiciones. Siempre me he preguntado las razones de este olvido y no logro explicármelo, salvo si recurro a las teorías del tabú, el miedo a las mujeres y el extraordinario machismo en esta fase de cosificación femenina, que rodea a la cultura pop desde los ultraconservadores noventa. Pero como estas páginas están dedicadas al punk, lugar y época donde las mujeres, por primera y casi última vez, consiguieron estar peer to peer con sus compañeros, pues hablemos de óvulos no fertilizados.
  Seguro que nunca han visto a una mujer ir al baño de un bar o restaurante con un tampón o compresa en la mano, así como quien va con un cubata, el cigarrito o la papelina de droga. Se va cargada con el bolso, porque además de los reparos higiénicos hacia los baños, las mujeres sabemos que eso da auténtica repulsión a los demás, incluso a las otras mujeres.  Existe una obsesión enfermiza por evitar el más leve olor a sangre, y mucha gente aún considera que la regla es como una especie de letra escarlata en la frente, un momento maldito en el que la mujer se convierte en intocable, una Carrie de S. King que no sólo puede agriar la leche o estropear la comida sino traer la desgracia a quien se cruce en su camino. Mi abuela reprendía a mi madre por permitir que me bañara en casa, ya no digamos en la piscina, mientras seguía utilizando, entrados los años ochenta y ante la bronca general de sus hijas, unos paños blancos que lavaba con lejía en el más absoluto de los secretos.


  La regla hace a la mujer un ser sucio e indigno. Jesucristo abronca a sus discípulos porque una mujer que padece de metrorragia le toca, y se supone que por culpa de eso le quita parte de su poder omnipotente, aunque luego la caprichosa y enigmática superestrella lo arregla curando a la señora de su enfermedad. Del fluido menstrual, durante siglos se dijo que poseía un fuerte veneno, la llamada menotoxina, que era capaz de fulminar rebaños enteros de ganado con sus pastores y aparceros incluidos.  Entre estas consideraciones del pasado, que aunque sean muy del pasado, permanecen fuertemente enraizadas en el inconsciente colectivo, (busquen en su interior y hallarán la verdad, ellas y ellos),  se ha querido ir al otro extremo del tratamiento, en cuanto a propaganda y promociones de productos “para esos días”, aprovechando el boom de las señoras como consumidoras de primera clase. Una imaginaria y muy sui generis vindicación femenina desde el espectro neoliberal más repugnante se utiliza para vender cositas exclusivas para la mujer y su universo: podemos contemplar a la Chica Agresiva, a la Mujer Trabajadora pero Arreglada, la cual, mientras pilota un cohete o se tira en paracaídas, se depila la ingle con una maquinilla ultra-tech. Y que, a simple vista, parece siempre la misma persona, pero no por la cosa de la uniformización ultrajante de las mujeres, sino por lo guapa y requetebonita que sale en las fotos. Ahora parece que gracias a los adelantos de la ciencia, con una compresa "ultra dry" de capas de absorción de flujo de color azul (¿azul?, pero estas cosas, ¿para quiénes van dirigidas? ¿Para seres femeninos de otra galaxia?), la mujer va y sale a la calle como unas campanillas, alegre y feliz de estar chorreando. Como en mi favorito, el anuncio donde una tía como etérea y semiflotando salía de compras y, mientras veía escaparates, concretamente unos zapatos carísimos, ni se acordaba que tenía el mes y estaba orgullosa de su condición de portadora de compresas con alas y de consumidora de zapatos. O sea, de mujer. De guapa mujer consumidora de cosas caras, que es lo que define a una mujer moderna como debe ser, y no de otra manera. Otra campaña muy señalada fue la de aquellas niñas ligeras, primorosas, vestidas como de Agatha Ruiz de la Prada, en un bosque de cuento; así, sin bichos, ni barro, donde se preguntaban, entre risas, saltitos y cuchicheos, a qué olían las cosas que no se pueden oler, dando a entender que una tía con la regla se pone una compresa EVAX absorbeolores y ya está, tan limpita. Vamos, como si además de para la regla, pudieran servir también como ambientador para el coche. Por no hablar del precio de estos artículos, que más se parecen al de un cosmético que al de un objeto de droguería o medicamento de uso frecuente. Más de una revuelta social han provocado los impuestos sobre compresas y tampones, como aquel motín de hace pocos años en Australia contra la subida de precios de estos productos, que encabezaron Las Vengadoras Sangrientas, vestidas con capas rojas, quienes empapelaron con apósitos higiénicos el edificio del gobierno y sostenían pancartas con la leyenda “Yo Sangro, Yo Voto”…
   A mí nunca se me apareció una señora-metáfora de la regla, ni yo la vacilé con chulería, cuando quiso celebrar una fiesta y tirar confetti, como en el anuncio. Aunque estuve esperando con ansia, no he padecido aún el SST, una enfermedad impresionante con la que se amenaza al usar Tampax… Tampoco me sentí diferente, como en el spot estilo Summers de tampones Amira, “Ya soy Mujer” (¿qué somos antes? ¿Hermafroditas? ¿Seres de Ummo? Simone de Beauvoir tenía una bonita teoría sobre este cambio espectacular de niña a mujer por unos decilitros de sangre, de la supuesta “a la felicidad de la fémina por el flujo”, en cuanto se desencadena la menarquía). Nunca pensé que fuera de buen rollo, ni limpio, ni moderno, llevar compresas, así como tampoco entendía lo de aquella campaña de los tampones en los que una pija salía montando a caballo, por obvias razones.  Lo que recuerdo son aquellas angustiosas mañanas en el colegio, sintiendo cómo se empapaba la falda del uniforme, anudándome el jersei a la cintura y corriendo hacia casa con la sangre resbalando por las piernas. O una vez, ya de jovencita, poniendo un servicio del Wendy de Plaza España pringado de sangre y aireando las bragas y la falda en el secador de manos, tras haberlas lavado. Recuerdo el cursillo sobre la regla que nos dieron en el colegio, a cargo de la empresa O.B., y cómo nos daban muestras de prototampones, ante la rotura de las monjas, cuando las simpáticas comerciales aseguraban, diciéndolo muchas veces, una y otra vez, que “usar tampones no significaba que una niña perdiera la virginidad”, ante las risas nerviosas y culpables de las de 7º y 8º. Si cierro los ojos, aún veo cómo un tampón de alguna de mis amigas iba a parar a un plato de patatas bravas, siendo mojado en la salsa y lanzado al pinball del bar La Cresta, donde jugaban unos macarras, que casi se echan a llorar del susto. A más de uno y a más de dos conocidos he visto yo hacer el indio con unos tampones a modo de pendientes, fabricándose una falda con compresas para Carnaval, quizá para ahuyentar el miedo que les provoca este proceso. Ya saben, el mecanismo primitivo de conjurar el Mal con una fiesta, el “quien canta, su mal espanta” (en la web del Museo de la Menstruación hay muchos ejemplos de esto que les cuento, del estilo del bandarra que se pone unas tetas de plástico, etc.). O todos esos chistes chuscos sobre compresas con alas y demás (“¿Qué se hace con los tampones usados? Chicle para vampiros…”). Quizá pocos de estos cachondos saben que el apetito sexual femenino (que es una cosa que existe) se sensibiliza mucho durante esos días. Sí, es una apreciación subjetiva, pero corroborada por otros testimonios. Como el de una pariente, que de pequeña acostumbraba a pegar sus tampones – usados – contra el techo de la cocina de la abuela, en una interpretación punk y bárbara de las pelotillas de papel que los críos lanzan y pegan contra el techo de la clase…
Junto a las excelencias de pasar los días del periodo flotando entre compresas, risas, novios gilipollas que te miman con una tableta de chocolate y tampones high tech, se lleva mucho una campaña soterrada de meter miedo a las mujeres: si ahora ya es un poco más difícil con lo del castigo divino y la impureza, en su lugar, se hace con la ciencia: de repente, se han inventado una cosa llamada SPM, o sea, “Síndrome Premenstrual”, que consiste en hacer culpable a la regla de todos los desórdenes emocionales y físicos que una mujer padece a lo largo de cada mes, o sea, de su vida cotidiana: desde crisis de ansiedad a retención de líquidos. Si bien, parte de estos síntomas (la hinchazón, dolor de riñones, mal humor, etc.) son comunes a casi todas las mujeres durante la regla, una no sabe hasta qué punto no serán sino la consecuencia, pero no el cuadro clínico de una especie de enfermedad mental misteriosa que intenta convertir otra vez a la mujer en la histérica de los tiempos antiguos. Porque, y esto es lo más grande, las autoridades médicas ya han decidido que lo mejor para que una chica pase mejor su síndrome, su menstruación y su post síndrome, es tomar unas pastillitas de Sarafem (atención al nombre) que no es, ni más ni menos, que nuestro viejo amigo el bloody Prozac (perdón por el chiste).  Lástima que el prozac curalotodo no sirva para nada, y mucho menos cuando una tiene una disfunción horrible que hace que la regla sea como si te estuvieran apuñalando durante horas en la tripa, te den calambres y no puedas andar. O se junte una diarrea galopante con el sangrado, y al final te tengan que hacer una histeroscopia y hurgarte con un microscopio escáner dotado de pinzas, para arrancarte pólipos o quistes de formas caprichosas, mientras tú lo estás viendo todo.



En el mundo occidental donde se necesitan mujeres guapas, delgadas y ricas, la menstruación comienza a ser una molestia. Ya no sólo para los hombres, que lo ven horrible, sino para las propias mujeres, convencidas de que es una pérdida de tiempo tener que preocuparse de sangrar desde los once o doce años hasta los cincuenta, aproximadamente. Yo estoy segura de que existen personas como Britney Spears, y una lista selecta de modelos y actrices a quienes han suprimido, por ingeniería médica, sus periodos. Una amenorrea para pijas y supermujeres, que debe estar a punto de comercializarse a nivel masivo, para que así, cualquier triunfadora y con ganas de darlo todo, pueda prescindir de semejante pringue, con una operación indolora en su clínica de belleza habitual. En el resto de los casos, la menopausia y sus vistosos efectos sigue siendo la única solución, (así ahora ya se pueden seguir utilizando, hasta que te mueras, las compresas gigantes de Tena Lady, o el pañal para viejas). O, y esta es la que más me gusta, cuando te suelta tu madre o alguna amiga o amigo, “Pero esto se te pasa enseguida en cuanto te quedes embarazada. Ya veras qué bien, todos los males de la regla se acabaron. Bueno, a lo mejor te salen almorranas, y tienes que estar sentada en un flotador un tiempo,  pero ya se te pasó lo peor, Y además, eso es lo que tienes que hacer”. Lo del milagro, la maravilla, lo bueno, lo extraordinario, lo que te aporta como ser humano y como adulto, y toda esa mierda de la maternidad quizá mejor lo dejo para otro número. Como una artista underground le contestó a un cantamañanas del rock, cuando éste le preguntó que cuándo iban a tener hijos: “Cuando, tú, motherfucker, quieras cagar una sandía”. Pero esto ya no es un tema punk. Dios maldijo a la mujer con el parto, pero no con la regla. If you want blood… you got it.

26 enero 2016

APUNTES SOBRE EL SUICIDIO

APUNTES SOBRE EL SUICIDIO
Simon Critchley, (Alpha Decay, 2016)



Siempre he defendido el suicidio como un acto de libre elección, el único realmente libre que tiene el ser humano. Existen muchos argumentos en contra, alguno de ellos a simple vista insalvables, como la responsabilidad ética para consigo mismo y los demás; otros impuestos por la fuerza externa de la ley o el dogma religioso. Hay explicaciones médicas y psiquiátricas que se esfuerzan por delimitar a los suicidas en el campo de la enfermedad, lo cual es tan hipócrita como acusarlos de no ser suficientemente racionales para darse cuenta de las consecuencias de sus acciones.

Todos estos argumentos son analizados por el catedrático de filosofía Simon Critchley (autor del libro "Historia de los filósofos muertos", Taurus, 2008), en este ensayo en el que aporta una visión de conjunto sobre el suicidio y el temor que experimentan las sociedades sobre este fenómeno. Sin entrar en demasiados ejemplos de los suicidas más célebres, el autor enuncia una serie de textos en los que se ha defendido el suicidio en tiempos muy oscuros. Además de recordar a los filósofos grecorromanos, y de puntualizar que hechos como el sacrificio político o religioso no son más que meros suicidios (Jesucristo incluido), destaca obras de la Edad Moderna que se atrevieron a desafiar a la Iglesia y el Estado: Una disertación filosófica sobre la muerte (1732), del pensador italiano Radicati di Passerano, que se vio duramente perseguido.
No puede faltar un clásico de los libros prohibidos de la Ilustración, el anónimo "Tratado de los tres impostores", un duro panfleto en el que se afirma que la Humanidad ha estado sometida al miedo de vivir y morir por culpa de las tres religiones mayoritarias y la manipulación de sus respectivas iglesias.

Biathanatos, fue escrito por uno de los más grandes poetas de la historia de la literatura, John Donne, en el que defiende el derecho a morir. Por último, se incluye la argumentación del filósofo David Hume, a favor del suicidio como epílogo del ensayo. 

Critchley no defiende un existencialismo espiritual ni hace apología de la propia muerte. Lo valioso del texto es que, tras debatir pros y contras de los argumentos presentados, - paseos por Camus, Woolf, Cioran y Blanchot (1), y siempre defendiendo la libertad individual, plantea un acuerdo ético próximo a los postulados de la filosofía de Lévinas: en caso de plantearse la decisión del suicidio, quizá sería interesante abordar la existencia lejos de un abismo sin fondo. En su lugar enfrentarla como la posibilidad de darse al otro para cumplir el deseo de totalidad y entonces encontrar quizá un sentido. Como diría otro autor, en otra época y contexto, "El amor bajo la voluntad". 

(1) Estoy releyendo Thomas el oscuro, y la verdad es que se me hace difícil compaginar un pensamiento optimista con los argumentos del ensayo.

05 octubre 2015

EDVARD MUNCH, EL CIELO SE ESTÁ VINIENDO ABAJO


El Museo Thyssen recibe la primera exposición de Munch desde la de los ochenta:
http://www.museothyssen.org/thyssen/ficha_artista/425

Este es un fragmento de mi artículo sobre el pintor, que publiqué en MB Nº 33:






NOCHE ETERNA Y PASIÓN

"Mi arte está enraizado en una única reflexión: ¿Por qué no soy como los demás? ¿Por qué había una maldición en mi casa? ¿Por qué vine a este mundo sin elección alguna? Mi arte da sentido a mi vida".
El artista.

"Él pinta cosas, o más bien las ve, de forma diferente al resto de los artistas. Él sólo ve lo que es esencial y no es necesario decir que eso es también lo que pinta… Esto es lo que le pone a Munch un paso más allá de su generación, simplemente, sabía cómo reflejar lo que sentía…".
André Breton.

Un hombre de físico y psique frágil. Melancolía, síndrome neurótico-depresivo, fobia social, agorafobia. Trastornos de la personalidad. Alcoholismo. Criado en un ambiente muy religioso. Incomprensión social.  Un artista hipersensible que intenta dar salida a semejante panorama: ese es Munch. Y estos son sus cuadros.


Como pintor, Munch es un Maestro. Único por su dominio de la técnica. Único por sus temas. No es el pintor que va superando etapas y cambia de estilo constantemente, quizá en un afán de alcanzar lo inalcanzable o de ser más famoso. Los temas de Munch son siempre los mismos. La actitud, exacta y uniforme. Y a la hora de pintar, un virtuoso.

Además de lo apesadumbrado de su conflictivo yo, Munch se debate en un duelo por recoger también la luz mágica del mundo nórdico. Su pintura es reflejo del ritmo cósmico, de la alternancia del solsticio de verano/ solsticio de invierno, día/noche, cuerpo/alma. No hay etapas o cambios de estilo, ni giros bruscos en esta obra, son más de sesenta años pintando una compleja personalidad, con una marca única y prodigiosa.

Los temas se repiten de manera imperturbable. También hay repeticiones del mismo cuadro o motivo. En realidad, todo el corpus de su obra puede titularse "El Friso de la Vida", unas veces absoluta expresión de ansiedad (como en La Danza de la Vida, un tema recurrente en otros contemporáneos suyos como Mahler o Bergman), otras de un pathos más enternecido por la propia pesadumbre.

"La gente se va a dar cuenta de que es algo casi sagrado y se va a quitar el sombrero como si estuviera en una iglesia".


Munch no se ve a sí mismo como un héroe romántico, extravagante iluminado, rompe moldes o fenómeno de la vanguardia: es, como artista, un testigo espiritual del sentido de la vida. Pero tampoco hay autocompasión en este trabajo, nada más lejos de la autoconmiseración que los escritos autobiográficos y su posterior plasmación en pintura.

El escritor Octavio Paz habla sobre Munch en su artículo "La Dama y el Esqueleto", aludiendo a los dos temas casi únicos en la obra: Amor y Muerte. Expresa, como nos ha pasado a todos los que hemos visto sus cuadros, esa atracción irresistible hacia el abismo. Los hombres antiguos se habrían muerto del susto, pero los cansados y decadentes humanos de hoy nos vemos como en un espejo, se nos abre una grieta desde la boca hasta las entrañas más profundas. "La unidad de su estilo fue el resultado de una fatalidad personal: no una elección estética, sino un destino. Pero un destino libremente aceptado". Como un profeta o apóstol.



Que la enorme producción de Munch sea uniforme y coherente, repetitiva incluso, no significa en absoluto que Munch tuviera poca pericia a la hora de pintar. Todo lo contrario, si sus temas son recurrentes, las técnicas en las que se muestran son muy variadas y realizadas con un gran dominio. ¿Han estado cerca de algún cuadro suyo? Yo vi algunos en una exposición en los ochenta en Madrid, y resultaban impresionantes: los trazos habían sido elaborados tan minuciosamente, que una capa gruesa de pintura sobresalía del plano del lienzo. Retoques de color, bordes repetidos enfermizamente, trazos vigorosos, toda la fuerza que no poseía en la vida diaria, el débil y achacoso Munch la vaciaba en sus pinturas. Son pinturas poderosas, que provocan reacciones sinestésicas, que miran en el interior de un ser humano desarmado por el Amor, la Soledad y la Muerte. Conceptos antiguos, viejos, feos incluso, que han dejado de ser importantes.


Una de sus primeras obras, "La Niña Enferma", es como una fotografía "psíquica" de la muerte de su hermana. Por aquella época estaba muy de moda pintar cuadros con gente enferma en una cama. El otro cuadro, muy parecido, "Muerte en la Alcoba", tiene a toda la familia Munch retratada, pero en la fecha de la pintura, no cuando Sophie murió, como si la Parca hubiese permanecido entre ellos, y estos se hubiesen quedado suspendidos, congelados, por el dolor. El muro verde del fondo, que simboliza la enfermedad (lo verde tiene en muchas ocasiones ese sentido de muerte o desgracia). Las líneas naranjas que reflejan la escena como si fuera una imagen teatral. Y las líneas negras y grises, mezcladas con los colores chillones, la tensión y la ansiedad...


El tema resumen de estos asuntos tan poco de actualidad es uno todavía más lejano en la Historia y el Tiempo: simplemente, El Hombre, enajenado, exaltado o abatido. Siempre "Bajo la Rueda" (qué munchiana es esa novela). Arriba o Abajo. El determinismo biológico de la época sustenta esa idea de la predestinación, unida a unos problemas espirituales muy de su tierra. Esa infancia marcada por la muerte y la locura, su creencia supersticiosa en la herencia por las mismas razones, la sombra de Romanovich Raskolnikov, el alcoholismo galopante ("El Día Después"), los amores crueles, el pesimismo de Strindberg, la comprensión profunda, reverencial y optimista de la naturaleza (los paisajes, los niños, las mujeres, en cierto sentido) y el horror y pavor a la civilización y al ser humano. La obra sería un compendio imposible - en otro caso que no fuera Munch -, de Realismo (Simbolismo), Transrealidad (Expresionismo) y Surrealismo, que también está presente, en esos cuadros nocturnos, sobre sueño, angustia, muerte y erotismo.


En la Rueda, entre la vida y la muerte, también está el dualismo Hombre-Mujer. Aquí la Mujer siempre gana, porque es capaz de dar vida y de matar (bien sentimental o realmente) a su compañero. Un Amor y un concepto de las relaciones amorosas y del objeto amado, siniestro/gótico, diría yo. Las mujeres de Munch, las que vemos en Rose y Amelie, en la Vampira, la niña de Pubertad, la mujer de La Voz o las Madonnas, siempre guardan el mito de las malas, la femme fatal, Lilith o Salomé: la "belle dame sans merci", un ser inaccesible, poderoso, cruel y perverso. Sólo hay que ver en el borde de los grabados de las Madonnas, esos ridículos espermatozoides, y el homúnculo que no puede entrar en el círculo que delimitan los cabellos encrespados de la señora que está como en trance y a punto de sacar los colmillos.

El hombre de Munch, él mismo, siempre es una víctima, sea de una Arpía, de sus congéneres, o de sí mismo. Y sobre todo, siempre está más solo que la una. Sus múltiples autorretratos, muestra de vanidad, pero también de castigo, dan fe de ello, de su aislamiento, su continuo autojuicio y severa disección espiritual (en uno de los primeros autorretratos, se llegó a pintar simulando una calavera, dando a entender que posiblemente sería el primero, y el último). Los de sus últimos años resultan especialmente crueles, porque el pintor no escatima en medios para reflejar su deterioro físico.



Es uno de los primeros, si no el primero, en plasmar la enajenación del hombre en las ciudades modernas. Se ve además cómo este hecho le va afectando, por ejemplo, en las dos variaciones de su cuadro de la calle Karl Johan, hechos uno antes y el otro después de la muerte de su padre: mientras que el primero ("Día de Primavera en Karl Johan") parece hasta amable, podría haber sido firmado perfectamente por cualquier impresionista francés, el segundo, la gente que sale ya ni es feliz ni sonríe. Van en dirección contraria a la figura que representa al propio Munch, que se ve a sí mismo como un outsider de finales del siglo XIX. Ahora son máscaras oscuras que miran al espectador con gesto siniestro, bajo un cielo que da pavor. El miedo a la masa en la gran ciudad, esa masa que te escudriña, pero sin verte siquiera. La idea de esta segunda pintura le vino, cuando, caminando por ese lugar en medio de una turbamulta de paseantes, vio a una mujer que caminaba directamente hacia él, pero que después pasó a su lado de largo. "Me sentí tan solo. Me sentía como si la gente me mirara, todas esas caras extrañas, pálidas en la luz nocturna". Ni Hopper transmite tanto desespero.

Munch quiere reflejar su espíritu y sus tormentos; es como Austin Spare. Pero coincide en el anti-realismo, en un No-Realismo que opta por la visión del sueño, o más bien de las pesadillas, hacia la realidad. También se parece un poco a los dibujos (y grabados, sobre todo) de William Blake. Como ellos, Munch es un "pintor anímico" o "psíquico", que suele pintar su infierno interior, a diferencia de Spare, que quiere pintar el de verdad. Pero los dos intentan reflejar con el color y las líneas las zonas más profundas de la psique. "La cámara fotográfica no podrá competir con el pincel y la paleta, mientras no pueda utilizarse en el cielo y en el infierno". Yo ya no estoy tan segura de esta afirmación…


Final inesperado. La obra de Munch tiene ese sentido radicalmente oscuro, hasta aproximadamente, cuando el pintor cumple los 45 y consigue salir un poco de la depresión crónica. Cuando Munch abandona el alcohol, se encierra a pintar y deja de atormentarse con las mujeres, sus cuadros adquieren paulatinamente mayor vitalidad y un pequeño optimismo. A medida que pasan los años y el siglo XX casi llega a su mitad con él, hay más paisajes fulgurantes, más retratos humanizados y un empleo alegre del color y el movimiento, posiblemente influido por el cine. Cuando el arte ha llegado a su máxima defragmentación, Munch, que ha inventado todo eso mucho antes, vuelve al realismo. Es algo similar, aunque no tan extremo, como el proceso vital-artístico del francés Odilon Redon: de pintar ojos gigantes y arañas aterradoras con caritas humanas, acaba de anciano haciendo murales dedicados al sol. Pues igual. Por suerte, en la vejez, Munch se reconcilió - un poco - consigo mismo.

"Munch supo, ejemplarmente, utilizar la lección de Gauguin, en un sentido muy distinto al fauvinismo… Fiel al estilo de las grandes interrogaciones que marcan sobre las obras de Gauguin y de Van Gogh, nos precipitó en el espectáculo de la vida, en todo lo que este ofrece de locura y perdición"
(André Breton).



Las influencias artísticas del noruego son claras: la poesía y el arte simbolista (retrato de Mallarmé),  la literatura de Dostoievski (la serie La Ruleta es un homenaje al loco Fiodor). Leyó, lógicamente, a Kierkegaard, admiró a Ibsen (hizo carteles para Hedda Glaber, Pierre Gynt y Juan Gabriel Borkman). También le marcó el pensamiento anarquista. Tiene muchos y muy profundos paralelismos con los grandes pintores simbolistas, como Arnold Böcklin, Khnopff, Moreau, Félicien Rops (y sus desvaríos del lado oscuro), o James Ensor (y sus esqueletos). Sin embargo, ninguno de ellos se atrevió a plasmar tanto en sus cuadros su propio yo, su vida y sus tribulaciones, como hizo él. Munch utiliza una serie de elementos simbólicos de forma constante, y todo da a entender que no fueron buscados a propósito, sino que nacen simplemente de la intuición (o del inconsciente) a la hora de pintar: el reflejo de la luna sobre el agua, la línea del horizonte en el mar, las mujeres vestidas en blanco, rojo o negro, y sobre todo, la peculiar mancha de sombra que envuelve a todos los personajes, una sombra negra informe y amenazadora.
Como un tebeo, muchas veces, un rostro en primer plano, casi siempre alucinado o expectante, que o es el propio rostro de Munch o el de un tipo que parece el Cesare de Caligari, mira al espectador, mientras la escena se desarrolla en un plano posterior, como si ésta fuera el bocadillo que representa su pensamiento.  O su alucinación, más bien. En los momentos más críticos, hay varios cuadros donde salen dos figuras, una que camina dirección al espectador, la otra de espaldas, hacia el fondo del cuadro, como si el artista se estuviera volviendo esquizofrénico.


Un arte, por tanto, esencial y primitivo: "No le hace falta viajar a Tahití para ver y experimentar lo primitivo en la naturaleza humana. Él llevaba dentro su propio Tahití".


26 junio 2015

Sumisión




"... se siente nostalgia de un lugar simplemente porque uno ha vivido allí, poco importa si bien o mal, el pasado siempre es bonito, y también el futuro, sólo duele el presente y cargamos con él con un absceso de sufrimiento que nos acompaña entre dos infinitos de apacible felicidad. "
Michel Houellebecq, Sumisión, Anagrama, pág. 250.

06 marzo 2014

LEOPOLDO MARÍA PANERO




Entrevista que los responsables del fanzine Camisa de Fuerza nos cedieron para nuestro Nº 25 de 2001.

07 septiembre 2013

JACK PARSONS. THE DARK SIDE OF THE MOON





Mr. Parsons y su historia podrían perfectamente servir, si no lo han hecho ya, de relleno de uno de estos programas de los canales de la TDT como Explora o Discovery MAX de divulgación para dummies, como “Macabro, pero cierto”, “Mega Construcciones” o “Ciencia divertida”, que mezclan la historia, la técnica y los detalles morbosos con puestas en escenas de tercera categoría. Yo, para no ser menos, voy a presentarles al científico y ocultista a quien ya hemos mencionado en algunas ocasiones en el fanzine, cuando repasamos, en el comienzo de nuestra también muy pintoresca biografía, las hazañas de nuestro personaje de cabecera, Aleister Crowley

El caso de Parsons lo tiene todo para que a alguien se le hubiese ocurrido escribir un guión cinematográfico, siquiera una novela, pero el caso es que, salvo los venerables RAW y Alan Moore, nadie se ha acordado de él: una rara contradicción, además de ser una notable figura en el mundo del ocultismo norteamericano, fue una eminencia de la física y la química, clave en la investigación y desarrollo de los cohetes autopropulsados.

Este año se cumplen sesenta años de su muerte y quiero dejarles estas notas…


(Próximamente, en Mondo Brutto Nº43)

22 agosto 2013

HOWARD PHILLIPS LOVECRAFT. 20 AGOSTO 1890

Qué mejor manera de celebrar mi exilio y reanimar el blog con una entrada sobre H.P. Lovecraft, ya que estos días se conmemora su nacimiento, el 20 de agosto de 1890.



Ningún escritor me ha provocado una impresión tan grande. Michel Houellebecq afirma que el poeta, historiador, investigador y erudito posee algo que trasciende el mero hecho de la escritura, una cualidad extraña en su obra que lo hace especialísmo, casi no literario.  Para quien no haya leído a Lovecraft, esta idea puede parecer una exageración, pero una vez hundido en su universo complejo y caótico, asentado sobre categorías imposibles, desafíos a la ciencia y la lógica, y habiéndose dejado llevar por la descripción detallada y estremecida de un pasado cósmico donde el género humano pintaba poco o más bien nada, esa planificación literaria incomparable del absurdo existencial y el miedo, donde no falta un sentido del humor ciertamente peculiar,  quedará la duda de si Lovecraft fue aquel extraordinario personaje, de carácter mucho más amable de como le retratan algunas biografías, obsesionado con las religiones antiguas, la astronomía y la cultura victoriana, o si fue en realidad un visionario, un artista poseído por el espíritu de algo que duerme agazapado en lo más primitivo de nuestros cerebros de reptil. Quizá un médium, vestigio de sus ilustres antepasados, que tuvo la capacidad de mirar donde no se atreve nadie, mucho más allá de los límites de nuestra conciencia, y contempló algo distinto, maravilloso en su diferencia, pero inconcebible por nuestras mentes débiles y vanas.



Solo un carácter como el de Lovecraft, personalidad solitaria, cerebro prodigioso acostumbrado a la ensoñación, a vagar por los bosques y las calles de Providence buscando contacto con los espíritus y las estrellas, mucho más interesantes en su apreciación que la compañía de los seres humanos, podía desarrollar un cuerpo literario de tal calibre. En el espejo negro de sus mundos, fríos, lejanos e indiferentes, se ha visto reflejada y absorbida una legión de lectores, la cual comparte como L. el extrañamiento del ser y el estar, incapaz de entender el sufrimiento que no apacigua todo el desarrollo científico y los avances tecnológicos de este mundo. Más al contrario, desvela, como le sucedió a Lovecraft y a un grupo destacado de artistas y pensadores de su época, una sensación de orfandad frente al universo, por la certidumbre, esta vez con cifras y datos mensurables, de que no hay nada en nosotros ni fuera más allá de la muerte. Entonces queda una única respuesta: acudir a las regiones del sueño, a las simas del océano o al espacio profundo, a las dimensiones desconocidas para desafiar el temor y el temblor.


Yo no debía tener más de catorce o quince años cuando leí por primera vez los Mitos de Cthulhu, en la edición de Alianza. Poco después, tuve en mis manos La Sombra sobre Innsmouth, de la magnífica colección Libro Amigo de Bruguera y varias antologías de relatos de terror, en Acervo y Labor. Encontré que los cuentos góticos del joven Lovecraft tenían puntos en común con el ideario romántico de Edgar Allan Poe, estaban construidos siguiendo el patrón del maestro del relato (los cuentos de detectives, las aventuras)  pero en estos, la hipersensibilidad de Poe ante los efectos de la belleza o el miedo, y la eterna sublimación del amor eran sustituidas por unas circunstancias que transformaban el terror del XIX en una máquina de nuestros días, implacable, sin rostro y sin alma. Lovecraft no quería regodearse en sus sentimientos,  simplemente ofrece la visión, diseccionada racional y fríamente como en un libro de matemáticas, de las posibles ecuaciones de sus pesadillas para encontrar explicación a lo que no se puede abarcar con el lenguaje. Insisto, con un  humor soterrado que convierte a Lovecraft en un artista más actual que cualquier fenómeno de moda post,  y que abre la puerta a un miedo no cotidiano, que se apodera de sus protagonistas desde lugares muy lejanos al crimen, el dolor, las pasiones o los fantasmas clásicos, elementos insignificantes en el concierto cósmico. Son relatos como “El Templo”, “Los Gatos de Ulthar”, “El grabado en la casa”, “Herbert West, reanimador”, “Las Ratas en las paredes”, “En la cripta”, “El caso de Charles Dexter Ward”, donde se mezcla el horror tradicional con la violencia de Ambrose Bierce, hay incursiones en la ciencia y la tecnología como espacio para el estremecimiento (una pre Nueva Carne), y las aventuras del personaje solitario acosado por horrores sin cuento, siempre con la obsesión de encontrar la clave en los textos antiguos de magia y los ritos paganos, en una clara transposición del propio Lovecraft. Son especialmente notables sus textos localizados en el antiguo Egipto, donde desarrolla historias de terror con los dioses y los templos antiguos: “Encerrado con los faraones” o “Nyarlathotep”.


Pero es en los relatos del Lovecraft con treinta años hasta su muerte prematura donde alcanza la perfección. Los que abren el Necronomicón para nosotros, nos muestran los horrores del asilo de Arkham, el misterio de la universidad de Miskatonic y los pueblos donde acechan maldiciones de miles de años y razas innombrables que dan culto a seres que no pueden ser siquiera descritos. Es el ambiente inhumano, absurdo, lleno de alusiones ocultistas y profundamente descreído, irónico hasta la crueldad, lo que sigue fascinando en las páginas de obras como La Sombra sobre Innsmouth, El horror de Dunwich, El susurrador en la oscuridad, El color surgido del espacio o el Morador de las Tinieblas y que han inspirado a miles de artistas hasta hoy. Tiene Lovecraft algunos libros que me acompañarán siempre, por la fuerza de sus imágenes y la carga de verdad absoluta que atesoran en su ensoñación irracional, como En las montañas de la locura, En la noche de los tiempos o el Modelo de Pickman.

La obra de Lovecraft conserva valiosas enseñanzas para mí, que se resumen en estas tres:

1)      No eres tan lista como te crees.
2)      Estás sola.
3)      Hay algo más grande, más poderoso y posiblemente más malvado que todos los individuos de este planeta.

Tiene que haberlo


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